Maldita política, malditos políticos

Desde que se instalara la crisis como método de gobierno, la exclamación que da título a este escrito se ha convertido en un lugar común que aflora a las primeras de cambio. Miles de ciudadanos golpeados por el desempleo o por los recortes en los servicios públicos descargan su ira y su impotencia contra lo que se empieza a conocer, de manera despectiva, como “la casta”. De una u otra forma, se han puesto en circulación escritos, correos, archivos o panfletos que, a través de burdas exageraciones en muchos casos, denigran la moralidad de los políticos, sin distinción. Estas anónimas comunicaciones, que cifran en cantidades inverosímiles el número de políticos que viven del cargo o que describen imaginarias y desorbitadas prebendas, como las inexistentes pensiones vitalicias, se rebotan y se extienden, configurando un ambiente que empieza a ser peligroso para la salud democrática del país.
La crisis tiene un origen ideológico, como es la búsqueda de la desregulación de los mercados financieros para maximizar el beneficio de algunos. Su persistencia en Europa se debe, en gran medida, a otro objetivo ideológico, como es la búsqueda del Estado mínimo, bajo el pretexto de la aclamada austeridad. La política sirve para poner en práctica las convicciones ideológicas de cada uno y, en ese sentido, la crisis y su persistencia responden a causas políticas, lo que fundamentaría la hostilidad de la gente hacia los actores políticos. También es cierto que la crisis puede haber sido agravada por la incompetencia de algunos políticos o, aún, por la falta de escrúpulos y la inmoralidad de otros. Sin embargo, nada de esto justificaría esta descalificación generalizada que sólo conduce a la frustración.
Se diría que hay una fuerte corriente que impulsa hacia la huida de la política. La pregunta es, ¿hacia dónde? ¿Coinciden los que reclaman la desaparición de los políticos con las fuerzas de los mercados que llevan años luchando para colocar técnicos, supuestamente “independientes”, al frente de las instituciones, sobre todo de los bancos centrales? Esa fue la primera batalla que perdió la manera democrática de entender la política. Con la excusa de que los políticos sólo velan por sus propios intereses, se fabricó la teoría de la independencia de los reguladores financieros, los supervisores o los banqueros centrales, que sólo velarían por el buen funcionamiento del “sistema”. Esta teoría se creó y se propagó desde la ideología del Estado mínimo y la desregulación, es decir, desde la derecha que pretende hacer creer que hay técnicos sociales asépticos o que la economía no arrastra una enorme carga ideológica y moral. Seguramente hay muchos culpables de la crisis, pero los técnicos “independientes” que están al frente de las principales instituciones financieras internacionales tienen un puesto destacado entre ellos.