Qué difícil es, en una sociedad como la nuestra, expresar una opinión sin de inmediato ser etiquetado.
Aquí, o tienes que estar completamente a favor o plenamente en contra. Los matices están prohibidos. No se entiende que, por ejemplo, no apoyar en términos generales lo establecido en la Reforma Educativa, no significa en ningún momento estar de acuerdo con la Coordinadora y sus maneras de oponerse. Afirmar que la reforma en cuestión presenta ciertas bondades, no quiere decir, tampoco, dejar de valorar de manera favorable algunas de las razones esgrimidas por los dirigentes magisteriales.
En esta vida nada es perfecto. Nada es completamente malo o plenamente bueno. Todo tiene sus aspectos positivos y sus caras negativas. Sin embargo, se nos educa para verlo todo en blanco y negro. Aquí, o las cosas o son de dios o son del diablo. Allí otra muestra más de nuestro fracaso educativo y de que, efectivamente, es urgente una reforma profunda.
La educación ideal no existe, lo que no significa que no se deba aspirar a otorgar la mejor educación posible. Creo honestamente que, en este punto de la historia, nos encontramos como nunca alejados de esa intención. Sostengo, además, que no se debe culpar en exclusiva a los maestros por lo que está sucediendo. Insisto en la responsabilidad que tenemos todos en un asunto que compete a la sociedad en su conjunto; aunque acepto que, en la tarea de educar, hay quienes tienen más obligaciones que otros.
Lo primero que hace falta, es reconocer las raíces más profundas de nuestro deterioro educativo, para comenzar a combatirlas. Nos urge un verdadero diagnóstico. No uno que reitere los consabidos síntomas sino uno que revele la enfermedad oculta. Que nos muestre con claridad aquello que está causando, entre otras cosas, que veamos a los docentes como los culpables de que no haya buena educación.
En otras palabras, sostengo que la mayor parte de las afirmaciones que hacemos de manera cotidiana con respecto a la educación y a sus problemas, son producto de lo mal que hemos sido educados. Por tanto, en vez de tomarlas y repetirlas irreflexivamente, necesitamos sopesarlas con mucho cuidado para colocarlas en su justa dimensión. Pero, no podremos lograr esa tarea si no abandonamos nuestra proclividad a verlo todo en blanco y negro.
Se trata, entonces, de lanzar una mirada que sea capaz de distinguir y separar, lo que tiene algún sustento de lo que no lo tiene; lo que entraña una verdad de lo que no; lo que se dice como mero hábito cultural, de lo que se afirma con evidencias en la mano. No importa la fuente. También el gobierno, pese a todas sus limitaciones, llega a tener asomos de cordura.
Es sólo cuestión de aceptar que aquí y ahora las oposiciones necias, y peor aún, las que hacen del rechazo un negocio, lejos de ayudar estorban. De aceptar que es posible no estar a favor sin estar en contra.