En México y en el mundo la descomposición política radica en el ejercicio del engaño, la simulación y la mentira.

En México, históricamente se ha educado a la población de las clases media alta y alta en la quimera del sueño americano. Mientras que parte de esa media y una gran cantidad de la clase baja actúan bajo la premisa de entrar a toda costa, aún de manera indocumentada y arriesgando sus vidas en la frontera, a Estados Unidos, obligados a volverse invisibles y ocupar el lugar de la discriminación por antonomasia.

Ver hacia el Norte no es sólo una cuestión geográfica sino un alimento al ego, a las pasiones más primarias de reconocimiento porque genera un símbolo de estatus. A ese mexicano que se le ha educado para poder identificarse con “falsos ídolos” sólo le augura un devenir trágico porque tanto los ídolos como la “quimera del sueño americano”, están hechos para nunca alcanzarse; es decir, para ser utópicos.

La idolatría tiene de base el pasmo encantador que produce la envidia y que lleva a reproducir en automático, como mimetismo todo lo que se ve. Ésta pulsión escópica conlleva una cuota muy alta de dolor enmascarado por odio, con notas de agresividad intensas que se depositan en el Otro, por ser ése radicalmente distinto.

Los políticos son parte de esa clase media alta educada para dar la espalda a su prójimo mexicano y con vileza enaltecer al Otro del que se vuelven siervos mientras cultivan con asiduidad su malinchismo. Aquellos estratos sociales que escalan a golpe de corruptelas, favoritismos, nepotismo, etcétera, evidencian que la política en este país es escuela de delincuentes y uno de los negocios más lucrativos.

El rechazo hacia el y lo mexicano se muestra no sólo en la desfachatez de clientelas que buscan dirigir los beneficios hacia aquellos que esperan que los favores vayan de regreso en una lógica de amos y esclavos. Lo que el envidioso no logra ver, quizá cegado por su propio deslumbre, es que ese odio mana de sí mismo y por ende regresa hacia sí en toda acción destinada al otro pues él es ese otro pero negado; es un rasgo de una sociedad patológica.

Podrá apropiarse de recursos y dictar políticas adversas de las que más o menos se libran pues están recortadas por su propia mano, pero no logran abandonar la miseria económica y mucho menos la espiritual, porque no pueden volverse autónomos en su sentir y actuar, sino que están atrapados en la dialéctica esclavista de sus pasiones por el goce de ver a quienes someten y ser reconocidos por ésos.

El envidioso no sólo odia, ama su odio y es presa de él, pues en esta pulsión se recrea imaginariamente la ilusión de quien quisiera ser pero nunca logra. La integridad es eso que enaltece la independencia de pensamiento y otorga la fortaleza de carácter. Es lo que el envidioso no posee porque no hay lugar para el pensamiento autónomo mientras su mente busque de manera consciente e inconsciente al ídolo para invitarlo a su teatro.

Esta dinámica se reproduce de manera íntegra con los diversos sectores de la población en México. Aquí además de la cubeta de cangrejos, hay miradas listas a detener cualquier impulso por mejorar y salir adelante. Al envidioso no lo empuja el deseo de ser mejor según el ejemplo de su ídolo, sino que el Otro no disfrute ni tenga aquello que él desea. Así ninguno lo tiene y él puede mantenerse en el circuito de la no satisfacción pues ése es su alimento: desear lo que no tiene aún a costa de nunca conseguirlo aunque pudiera. Y pese a conseguirlo, su vorágine interna le llevará a alimentar el ego deseando lo que no puede poseer y que el Otro tiene.

A ese tipo de mexicano que entra a la política se le enseña que lo nacional es “chafa” y pobre; gobierna para sentirse mejor frente al odio que le han inculcado hacia la otredad, que no es más que la parte rechazada de sí mismo. Ése es el origen de la acritud para gobernar: comparte su poder con quienes ve como iguales e identificados a la misma causa, pudiendo así regodearse en delirios de inteligencia y superioridad tras la adquisición de poder servil para unos cuantos. Siendo testigos del mismo rechazo remojan sus bigotes bajo la misma dinámica de poder que les da no sólo una obscena inmunidad sino la seguridad de subir escalafones “por buen comportamiento”. Los políticos gobiernan para dejar de ser pobres y olvidar que son parte de una comunidad a la que sus ídolos han empobrecido y lacerado, no por un llamado ético a servir.

Parece aterrador mirar cómo la democracia mexicana atraviesa, desde hace ya varios años, por una coyuntura crítica y una desvalorización cívica. Empero, este fenómeno arroja no sólo a los autores intelectuales de la campaña negativa en contra del gobierno federal, sino a los sectores sociales que tienen inserto, “el viejo chip fascista” que ha mantenido a la derecha operando por más de un siglo en México, aquella que tiene como eje central ideológico el racismo, el machismo, la misoginia, el clasismo, la intolerancia, la ignorancia, el terrorismo conservador, la xenofobia, la ultra-religiosidad, la homofobia, etcétera. Aquellos que desean con anhelo que existan millones de muertos por Covid-19, que se deprecie la moneda, que exista una devaluación, una recesión económica, que desean frívolamente que el presidente [Andrés Manuel López Obrador] se enferme para tacharlo de incapaz, etcétera, son los mismos a los que la política leal no se les da y que buscan febrilmente desestabilizar al gobierno.

Ésta es nuestra sociedad experimental que arrojaron los gobiernos de derecha priístas y panistas, carentes de juicio crítico y político, envenenados en las ideologías de derecha y que aplauden frenéticamente los intentos golpistas que destruirían la poca democracia que otorgó la libertad de disentir.

El tiempo lo develará y quedarán ahí, en el imaginario del inconsciente colectivo ignorante, vulgar y servil de un sector social que,sin darse cuenta, sigue alimentando al gobierno federal. Pues como dijo Jung: “Lo que resistes, persiste”, aludiendo a una actitud arraigada en muchos seres humanos que se aferran a lo conocido y a ideas preconcebidas, sin siquiera discernir su validez a medida que avanza el tiempo.

Una sociedad sumida en la ignorancia y la casi nula actividad literaria es tristemente incapaz de generar un análisis profundo y detallado (político), pues éste se restringe para unos cuantos, de los cuales muchos son en realidad amanuenses del poder oligárquico y las complicidades oscuras. Cada día se hace más evidente que Calderón y sus secuaces se desesperarán por golpear al gobierno federal porque –especialmente a partir de la detención de Genaro García Luna en Estados Unidos– aumenta la posibilidad de que, después de la contingencia sanitaria, será el próximo juicio político en México. Esto es clave para que la política nacional pueda liberarse de delincuentes de cuello blanco: los únicos responsables de que el país esté en ruinas.