No es un Estado fallido, pero cómo falla

Siempre me ha parecido un exceso la atribución de “fallido” que con frecuencia se le endilga al Estado mexicano. Un apelativo que quizá sea útil (y comprensible) para dar cuenta de la frustración y rabia que provoca la ineficiencia de las instituciones. Pero, en estricto sentido, inexacto para describir la situación de la vida pública del país. Habría que estar en una nación africana convulsionada por la guerra civil o en una sociedad post apocalíptica, para entender lo que significa vivir sin una moneda garantizada por la autoridad, sin servicios públicos o sin garantías de protección ante la violencia de los facinerosos.

Ups. Justo la crónica que acabo de leer este sábado sobre distintos sucesos que se desarrollan en varias zonas del país. Las empresas de autobuses anunciaron que dejarían de entrar y salir de Morelia (y buena parte de Michoacán) por la imposibilidad de que el gobierno los proteja frente a los asaltos de la delincuencia y los secuestros de parte de los estudiantes. Hasta donde sé, incluso las diligencias siguieron circulando en el viejo Oeste en tiempos de la “ley del más fuerte”. Algo que ya no pueden hacer los ferrocarriles en Guanajuato, en donde la gente descarrila trenes para saquear la mercancía de los vagones.

En otra nota me entero de que un convoy del ejército fue sometido violentamente para rescatar, con éxito, a un narco detenido. En el asalto los delincuentes utilizaron granadas de fragmentación y armas de alto poder y dejaron un saldo de cinco soldados muertos y diez heridos. Es decir, se trataba de un convoy numeroso, no una patrulla aislada sorprendida en el lugar incorrecto. Y este lugar no era una sierra inhóspita sino un acceso principal a la ciudad de Culiacán. Es decir, una confrontación de poder a poder entre el ejército mexicano y su adversario dentro del territorio en una guerra que perdemos día a día.