Participar es un verbo políticamente correcto. Todo servidor público o político que se precie de serlo debe hablar de ciudadanía, participación y democracia. En el discurso se ha ganado eso, ya están cada vez más lejos los tiempos (ojalá desaparezcan y nunca más vuelvan) de los discursos duros que justifican mano dura para resolver los problemas del país o de las ciudades.

La emergencia de organizaciones civiles, no gubernamentales y acciones colectivas con mucha influencia social es muestra de este proceso.

Los actores políticos a cargo de los cambios (y por lo tanto de la inercias) no terminan de entender que la participación no es solamente transferir la responsabilidad a los ciudadanos de incluirse, opinar e incidir en los procesos públicos, sino que debe haber también un proceso en sentido inverso de transparencia, rendición de cuentas y apertura de información por parte de los que son o somos servidores públicos.

Salir públicamente a defender la democracia y la participación mientras que se bloquea la transparencia y la rendición de cuentas es hipócrita, y a veces hasta criminal.

Por eso hay que voltear a ver lo que se está haciendo desde la sociedad civil para cambiar inercias en nuestro país.